Después del Chikilicuatre

. 28/5/08

"Salvemos Eurovisión", decían. Han conseguido lo contrario: se han cepillado Eurovisión, por lo menos en lo que a España respecta. Porque después del 'Chiki chiki' sólo hay tres salidas posibles y sólo una (la última) digna.

1) Repetir la gracia el año que viene. Pero sería como asfixiar con una almohada el leve hálito de gracia que para algunos tuvo la cosa. No hay nada más patético que repetir un chiste.

2) Mandar una canción normal. Sería tan inconcruente como criticar la comida rápida y a continuación zamparse un Whopper XXL con doble de queso y patatas grandes.

3) Hacer como Italia: declinar la invitación de participar. Está demostrado que, en este festival, la alegría va por barrios (y no podemos quejarnos: nosotros también jugamos a ese juego... ¡gracias, Portugal! ¡gracias, Andorra!). Descartadas las dos opciones anteriores, ésta es la única salida lógica, respetable y elegante.

Chikilicuatre

. 22/5/08

El 'Chiki chiki' es una broma (en eso coincidimos todos), y el objeto de las bromas es provocar diversión.

Por eso a mí tampoco me gusta el 'Chiki chiki': es una broma que no me hace gracia.

El 'Chiki chiki' es la máxima expresión del humor catalán, dicho sin ningún doblez. En mi opinión hay un estilo de humor catalán, como también hay un humor andaluz. El humor catalán es el homenaje al disfraz. ¿Precedentes? El Chaval de la Peca, Los Manolos, la Fundación Tony Manero, La Cubana... Humor de pantalón de campana, solapa ancha y gafas de pasta de la abuela. Ése es el chiste.

Entiendo que haya gente que se tronche de risa viendo a otras personas vestidas como si hubieran arrasado la peor tienda de ropa de segunda mano. A mí me parece casposo.
















El Chaval de la Peca + La Cubana + Fundación Tony Manero + Los Manolos = Rodolfo Chikilicuatre

Pasodoble español

. 8/5/08

España es país de pasodoble. Lo confirman datos de la SGAE: las cuatro canciones que más se interpretaron en directo en 2007 fueron pasodobles. España es país de pasodobles, sevillanas, chirigotas, pajaritos y macarenas. Esa es la música que realmente ha calado hondo.

Somos un país con una cultura musical deficiente. A lo largo de los siglos no ha habido ni un solo compositor de relieve (no ha habido Cervantes en la música, ni Picassos). El jazz está enterrado en el más profundo pozo del underground. No nos interesa la música por sí misma, nunca nos ha interesado. Lo que nos interesa es la fiesta, el jolgorio. El rock and roll no hizo acto de presencia a pleno pulmón hasta que unos chavalitos argentinos empezaron a dárnoslo en papilla. Y lo tenían claro: vamos a bailar un rock and roll, pero tendrá que ser "en la plaza del pueblo", dónde si no. Bailemos todos en la plaza del pueblo. A quién le importa si el "19 días y 500 noches" lo canta Sabina o la Orquesta Expresiones.

Nos hemos modernizado, eso sí. Hoy los conciertos de pop y rock sirven, principalmente, para que los mal llamados espectadores presuman de sus teléfonos móviles de última generación. Se dedican a sacar fotos, sin pausa. Cientos de fotos. O lo graban en vídeo, yo qué sé. Entre foto y foto, charleta con los colegas, de espaldas al escenario, por supuesto. ¿Se imaginan semejantes escenas durante la representación, por ejemplo, de una obra de teatro?

La plaza del pueblo, en estos días, es el festival indie. A la mayoría de los que asisten les da igual el cartel. De hecho, no conocen al 90 por ciento de los grupos (por otra parte, conjuntos británicos de tercera división o viejas glorias acabadas). No importa. El reclamo no es la música: es el cachondeo, el desparrame al aire libre, el ciego asegurado y, con un poco de suerte, el polvo en la tienda de campaña. Viva el pasodoble.