A pesar de que la muerte de Antonio Vega me transporta a la irremisiblemente cercana pérdida de Enrique Urquijo (con el desasosiego que ello me produce, por razones ajenas al músico en cuestión), no puedo evitar formular un comentario quizá no compartido por muchos: Antonio Vega es, por desgracia, el mayor ejemplo del talento desperdiciado. Esas letras mágicas, esa voz cautivadora, esas melodías subyugantes (incluso esos intensos solos de guitarra) se acabaron hace mucho tiempo, demasiado tiempo. Desde sus maravillosas canciones en solitario de principios de los noventa (¡principios de los noventa!), Antonio naufragaba entre versiones de versiones, colaboraciones inauditas (¡Conchita!), discos tibios y actuaciones en salones de actos de ayuntamientos. Un talento perdido que ni siquiera el publicitado reencuentro con Nacha Pop pudo restaurar. Inmenso, colosal Antonio. A dónde irán las canciones que nunca nos diste...