Este domingo hay elecciones y, como llevo haciendo desde los 18 años, declinaré mi derecho al voto. No, nunca he votado.
Mi síndrome de abstinencia electoral responde a diferentes motivos, según cada etapa de mi vida. Es decir, siempre he encontrado buenos motivos para no votar y ninguno consistente para hacerlo. Supongo que la razón más poderosa es mi rechazo a todo lo que implique convertirme en parte de una manada, a hacer lo mismo que hacen todos los demás, a seguir instrucciones sin rechistar. (Un ejemplo: en Ikea, donde obligan a los clientes a seguir un recorrido desde que entran hasta que salen, yo opto por entrar por la salida y hacer el circuito a mi aire, aunque tenga que esquivar a las hordas de compradores que vienen de frente.) Ya sé que, supuestamente, ésta es la mejor manera de organizar un país, pero no puedo evitarlo. A lo mejor, si pudiera votar al día siguiente, yo solo, lo haría, aunque sólo fuera para fastidiar. Y dibujaría un monigote en la papeleta, para que fuera diferente.
Sin duda seguiré el día de la convocatoria con interés, comprobando una vez más como los informativos vuelven a desempolvar topicazos como "la jornada electoral está transcurriendo con absoluta normalidad" (no critico que trascurra con normalidad, ojo; sólo digo que esa misma frase puede articularse de un millón de formas diferentes pero todos recurren, por inercia, a la más manida, pa' pensar menos, vaya).
No sé cómo se vota. No sé cómo es un colegio electoral por dentro (¿se mantienen los pupitres?). Y por ahora, prefiero seguir ignorándolo. Respeto a quienes votan; sólo espero que ellos respeten a quienes preferimos quedarnos en los márgenes.
Elecciones
Mi candidato ideal
Mi lema
Desde hace algún tiempo he establecido como lema personal el estribillo de una maravillosa canción del colosal Rick Nelson. La canción se titula 'Garden party', y está escrita en su segunda etapa, la fase country-rock. Conviene recordar que Rick Nelson comenzó su carrera como teen idol (por entonces se hacía llamar Ricky), y que en su treintena encontró su propio lenguaje sonoro rebozándose del ambiente de los vaqueros-hippies californianos de principios de los setenta. La letra de este tema refleja su metamorfosis: habla de una fiesta a la que llega para tocar (hay quien dice que se trata de un concierto en el Madison Square Garden), y el público le abuchea cuando le ve vestido de terciopelo, con melena y haciendo temas de los Stones. Pero él no estaba allí para satisfacer al público.
El estribillo, que yo adopto oficialmente como lema, reza:
He aprendido bien la lección
no puedes complacer a todo el mundo
así que complácete a ti mismo
Grande.
(Rick murió en 1985, cuando el avión en el que viajaba se incendió y se estrelló. La leyenda sostiene que el fuego se originó a causa del festín de drogas que se estaban dando sus ocupantes. La última canción que tocó sobre un escenario fue una de Buddy Holly, quien también la palmó a bordo de un avión. Los hijos de Rick, gemelos, formaron un infame dúo de hair metal que tuvo mucho éxito a principios de los noventa.)
Rick Nelson, de niño prodigio del rock and roll a gigante del country-rock.
Hacienda no somos todos
No, Hacienda no somos todos. Algunos somos menos Hacienda que otros.
Hace unas semanas encontré en mi buzón un documento de la Agencia Tributaria donde aparecen desglosados mis ingresos y datos con información catastral y del préstamo hipotecario (se lo agradezco, señores, pero siempre me lo hacen mal: hay cosas que faltan y cosas que sobran). Busqué dentro del sobre el borrador de mi declaración, pero no estaba. En su lugar, otro documento me explicaba que no me habían hecho el borrador por haber obtenido ingresos a través de actividades económicas profesionales.
Como los lectores de este blog bien sabrán, es muy habitual dentro de la profesión periodística tener una nómina fija y, al mismo tiempo, expandir las miras profesionales colaborarando en revistas, escribiendo libros o haciendo guiones. Estas actividades extraordinarias (que representan una mínima parte de los ingresos anuales) son la razón de que el Ministerio de Hacienda piense que, quienes estamos en tal situación, no tenemos derecho a un borrador de nuestra declaración.
Bastante irritado por esta desventaja manifiesta, decido, como todos los años, pedir cita previa para que me hagan la declaración. Durante los últimos años he procedido de ese modo sin ningún problema. Pues bien, este año, cuando llamo al teléfono del ministerio, un robot me dice, tras procesar mis datos (incluido el importe de no sé qué casilla del año pasado... la cosa es ponerlo "fácil") que no pueden darme cita previa porque (adivinen) ¡he obtenido ingresos de actividades profesionales!
Tras insultar con todas mis fuerzas a la madre del robot, opto por buscar algún interlocutor humano. Consigo otro número de teléfono y doy con una señorita, con voz de hastiada, que me responde con la misma negativa. ¡Pero si otros años sí me han dado cita! "Ya, pues no sé, este año no..." Pero... ¡¿por qué?! "Espere, que pregunto (pausa) Que no se le puede dar cita". ¿Me está diciendo que no tengo derecho a que me den cita? "Lo siento, no podemos darle cita".
No saben darme una explicación. En mi opinión, al tratarse de una declaración más complicada de lo normal, con más motivo se debería brindar ayuda.
Tiene que haber otro modo, me digo. Quizá llamando directamente a mi ayuntamiento (lugar adonde te remiten posteriormente para realizarte físicamente la declaración). Mejor: leo que la Comunidad de Madrid ha destinado 100 puestos en toda la región a tal fin. ¿Qué creen que ocurre? Llamo al teléfono de la Comunidad (901 22 33 44, por si alguien se encuentra en el mismo trance), me atiende una señorita simpática y eficiente y en 30 segundos tengo cita para que un técnico me haga la declaración.
Gracias, Espe. Y al Ministerio, desde aquí, un enorme y sonoro corte de mangas.
Falsa moral
Juan escrituró su casa por diez millones menos de lo que realmente le había costado. Procura presentar su declaración de la renta con algún que otro "apaño", para que le salga a devolver. En carretera, roza los 150 km/h cuando la señalización marca 120. Ha conducido con alguna copa de más, a sabiendas de que eso ponía en riesgo su vida y la de otras personas. Cuando le llega una multa, identifica como conductor a su padre, ya jubilado y sin coche aunque aún en posesión de carnet. Aunque tiene prohibido fumar en el trabajo, algún que otro cigarrito se ha echado en el baño. Cuando le cobran de menos en un restaurante, se calla.
Él se considera un hombre honrado. Si acaso, achaca lo suyo a la típica picaresca española. Todo el mundo lo hace, se dice.
El otro día, Juan estaba viendo la televisión cuando dieron la noticia de que un personaje popular había sido detenido por un supuesto delito financiero.
"Maldita sinvergüenza", pensó, absolutamente indignado.