Anoche estuve viendo un extraño y delicioso concierto de Mark Knopfler en una habitación con grandes espejos de marcos dorados en las paredes, donde no había más de 60 personas: media docena de periodistas (todos por encima de los 40), algún actor (Fernando Guillén Cuervo) y, el resto, pijerío joven en su versión más auténtica. La habitación, por razones de espacio, no estaba acondicionada para acoger una actuación musical, aunque ésta fuera ofrecida por cinco caballeros que manipulaban sus instrumentos con serenidad y sabiduría. Hacía mucho calor, y supongo que esa fue una de las razones por las que los camareros de una minúscula barra con forma de óvalo no paraban de desprecintar botellas de Chivas.
A pesar de todo ello, tuve la grata sensación de estar presenciando un momento especial. Knopfler se despachó a gusto con su vena country y, para terminar, se enroscó alrededor de su guitarra para destilar una preciosista versión de 'Brothers in arms'. Había más músicos tocando en el escenario (los otros caballeros que mencioné antes), pero durante esos 5 minutos estaba pasando algo con Knopfler y su guitarra. Había algo íntimo en la manera en que cantaba y tocaba su instrumento. Me alegré de poder apreciarlo.
Mark Knopfler
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21/9/07