Oro, incienso y mirra

. 3/1/07

Al profano en la materia le encantará saber que las discográficas suelen (o solían) hacer regalos por Navidad a aquellos que durante todo el año se han encargado de dar a conocer su mercancía a los posibles compradores, y lo han hecho de buena gana y por supuesto gratis (sin otra contraprestación que un sueldo de su propia empresa): los periodistas. Es la clásica relación vendedor-cliente, lo mismo que el temeroso paciente que le obsequia a su doctor con una cara botella de vino. Una muestra de agradecimiento que, de camino (no nos engañemos), intenta garantizar que la relación siga siendo fluida en el futuro inmediato.

Esto lo sabemos quienes llevamos ya algunos años metidos en esta oxidada maquinaria sonora, porque la realidad es que actualmente las discográficas no dan ni los buenos días. Ojo, no me malinterpreten: no es una queja. Simplemente lo cito como otro síntoma más de la ruinosa salud de unas corporaciones multinacionales que han perdido el rumbo, las ideas, la imaginación y hasta los modales. Tampoco piensen que se trataba de ostentosas dádivas: eran lo que comúnmente se conoce como “detalles”. Una botella de vino, un calendario bonito, una edición especial de un disco.

Sin embargo, desde hace unos pocos años, han cerrado el grifo de la gratitud. ¿Podría ser que quien suscribe es menos “influyente” ahora que hace tres, cinco o dieciocho años? No, en realidad quiero pensar que es más bien al contrario. El caso es que esta Navidad las grandes discográficas se han ahorrado unos euros. Ni un mísero calendario. Ni siquiera una de esas ediciones especiales que lanzan al mercado de cara a las ventas navideñas. Enumero: tres botellas y un frasco de queso en aceite cortesía de una minúscula compañía cuyo principal valor es un desconocido artista de pop latino; la tradicional agenda con mi nombre impreso de parte de una amistosa discográfica dedicada al heavy metal; y la habitual litografía, edición limitada, realizada por un maestro del grafiti, gracias a un sello de hip hop.

Ah, se me olvidaba: el modesto calendario que he puesto encima de la mesa me lo ha enviado una empresa denominada Producciones Artísticas Fonthy, con sede en Estepona, a los que no tengo el placer de conocer, ilustrado con la foto de un caballero que, a tenor del micrófono en mano, debe de ser el artista estrella de su catálogo, lástima que no se hayan acordado de poner su nombre por ningún lado… A todos ellos, muchas gracias.