Arte, vino y cocido maragato

. 29/10/07

Fuimos a León en busca del MUSAC (Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León) y del cocido maragato. El MUSAC nos costó encontrarlo: las señales de tráfico de León no dan ninguna pista de la ubicación de este flamante destino cultural necesitado de promoción (sí, en cambio, de dónde se encuentra El Corte Inglés) y los peatones, cuando les preguntas, te muestran su ignorancia con sequedad castellana. Cuando pregunté a unos policías urbanos me dieron las indicaciones oportunas con tan malos humos que pensé que, además, me iban a poner una multa por alguna infracción que no había cometido.

Como espacio, el MUSAC es primoroso, amplio y tranquilo (si no saben dónde está, ¿cómo van a visitarlo?), pero su colección, formada sobre todo por fotografías, es exigua y poco trascendente. Dato a favor: en la tienda del museo venden un vino de la Tierra de Castilla y León con etiqueta del MUSAC. Obviamente cayó una botella.

Sobre el cocido… tampoco fue fácil. Llegamos a Astorga el viernes a las 9 y media de la noche. Nos hospedamos en un pequeño pueblo a 5 kilómetros, Castrillo de los Polvazares. La primera impresión fue la de un pueblo fantasma: era de noche, hacía un frío seco que presagiaba helada nocturna y no había un alma por las pintorescas calles empedradas, por las que circulábamos dando botes a menos de 20 km/h. El panorama no era precisamente acogedor: invitaba a salir pitando. Por supuesto, a esa hora no había dónde cenar. Recordamos haber visto un restaurante en la carretera y allí fuimos: Restaurante don Juan Tenorio. Vacío y frío, nada más entrar, como gesto de bienvenida, encendieron el televisor del comedor a un volumen que seguramente superaba los decibelios permitidos. Pedimos unas raciones ligeras y un descubrimiento: la espléndida sopa de trucha, que es como una sopa castellana pero con trucha. Regada con un vino rosado de León (Molendores, de Viña Cezán), muy afrutado, rico y nada pretencioso, entró de maravilla.

Sopa de trucha


Al día siguiente comimos en León, después de deambular unas dos horas por un semidesierto MUSAC. Como de costumbre, íbamos sin ninguna noción de casco antiguo o restaurantes destacados. Sólo conocía León de una visita relámpago hace unos 15 años para asistir a un concierto de (y posterior cena con) Los Flechazos, el célebre grupo mod local. Mi instinto me llevó hasta una plaza no demasiado grande pero muy bulliciosa repleta de terrazas, mesones y restaurantes: la plaza de San Martín. Comimos en un sitio llamado el Racimo de Oro (“en pleno Barrio Húmedo”, reza la factura), y me dejé seducir por un bacalao sobre lecho de rabo de toro en salsa de oricios (erizos de mar) que habría resultado excelente si el bacalao hubiera estado algo más salado (un bacalao soso: ya es difícil). Sin comparación con el entrante: un plato de delicias castellanas (chorizo, morcilla y pimientos asados) donde la morcilla, con textura casi de puré, era de campeonato. Insuperable. El vino fue un Palacio de los Guzmanes, también de León, nada del otro mundo.

Después de patearnos León y, después, Astorga (donde nos aprovisionamos de mantecadas y vino), estábamos tan desfallecidos que decidimos cenar en la habitación. Para ello compramos un poco de jamón, pan y una botella de otro tinto de la tierra, Valjunco Crianza 2003 (como los demás, de la variedad local con el altisonante nombre de Prieto Picudo) que supo a gloria.

Bajo el sol matinal del domingo, Castrillo no era tan fantasmagórico, sino un bonito pueblo de piedra muy coqueto y cuidado. Nos levantamos con el reto de ir a por el cocido maragato. En Castrillo encontramos algunos mesones donde lo anunciaban como principal reclamo de su carta, pero nos dijeron que estaban completos para mediodía.
Fachada típica de Castrillo de Polvazares


Acabamos otra vez en Astorga, donde, tras tomarnos un vinito y una tapa de cecina fantástica en un sencillo bar con servicio de venta al público de manjares (llamado Delabuelo), nos sentamos frente a un buen cocido en un restaurante absolutamente decadente forrado de madera y con una enorme lámpara dorada en el centro que parecía detenido en 1950. Restaurante Gaudí, llamado así, supongo, por hallarse justo enfrente del Palacio de Gaudí, un castillo como de cuento de hadas que construyó aquí el insigne arquitecto.
Palacio de Gaudí, en Astorga


El cocido maragato es exactamente igual que el madrileño, pero al revés: a modo de "entrante" uno tiene que vérselas con una gigantesca fuente de carnes, para luego dar buena cuenta de otra no menos grande fuente de garbanzos y verdura antes de enfrentarse a la sopa. Sin prisa, y ayudados por una botella de un amable Peregrino Roble 2004 (de León, por seguir la norma) logramos engullir gran parte del ansiado cocido maragato.
Primer plato del cocido maragato. Prueba superada