¿Alguna vez han jugado a inventarse la vida de los demás?
Estoy comiendo, solo, en un pequeño y ruidoso restaurante detrás de la Gran Vía. Tengo el iPod enchufado a las orejas y, entre plato y plato, manoseo los dos periódicos mayoritarios (para comparar). Lo mismo de todos los días. La mesa de al lado está vacía. Hasta que se sienta una pareja de treintañeros.
Al principio me parecen turistas. Ella está a mi lado, de manera que es a él a quien tengo enfrente. Sin lugar a dudas viene de otro sitio. Demasiado abrigado, no viene preparado. Camisa de pana amarilla, jersey rojo: la última moda en ¿Portugal? Entre tema y tema (del iPod) me llegan frases sueltas. El chico habla con inconfundible acento portugués. Ella es de aquí.
Él se encuentra fuera de su terreno. Es ella quien se dirige a la camarera para pedir una botella de agua. Lo hace con autoridad: está en su casa. Es ella quien acerca sus manos a las de él y entrelaza los dedos. Yo vuelvo a mis periódicos: Sarkozy (y Carla Bruni), en Londres; España gana 1-0 a Italia. Entre página y página, me salpican sus confidencias: “Me preocupa mi madre, que piensa que…”, dice ella. “Me dijiste que tenía que hacer algo, lo que fuera”, dice él.
Sonrío porque he descubierto su historia y me parece bonita. Se conocieron por Internet. Ahora él ha venido a Madrid y por fin están juntos, físicamente. No me cabe duda. Él, en algún momento, tuvo que tomar una difícil decisión, y ella le animó: “Tienes que hacer algo”. A ella le preocupa su madre, que está al corriente de la situación pero, tal vez, se ha hecho demasiadas ilusiones.
Leo sobre el regreso de Tequila, apuro el postre y me voy.
Vidas inventadas
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27/3/08