Aquellos maravillosos años

. 1/10/08

A principios de los años noventa tuve alguna relación con el Big Bang del pop independiente español. No lo digo para apuntarme medallas innecesarias (para eso están quienes buscan la ovación fácil entre el colectivo zarandeando a La Oreja de Van Gogh) sino para contextualizar esta entrada.

Escribía sobre Corcobado en El Gran Musical (donde, en la página de al lado, el añorado Joaquín Luqui celebraba la apoteosis de New Kids on the Block). Saqué a Australian Blonde, El Inquilino Comunista, Los Planetas, La Buena Vida y muchos otros por la tele, en los principios de Canal+, cuando publicaban sus primeros discos y sólo eran conocidos por una diminuta (pero bulliciosa) minoría. Llevé cámaras de TV a Gijón, para retratar su candente escena (Eliminator Jr, Manta Ray, etc.). También a San Sebastián, con el mismo objetivo (lo que me sirvió para caer rendido a los encantadores LBV y desechar a unos relamidos y antipáticos Le Mans). Cuando venían a Madrid solíamos comer juntos. Cuando tocaban en la capital, estaba con ellos antes y después del concierto en el camerino.

Visto ahora, suena fácil. Pero en su día me costó algunos disgustos. Porque no era que me enviaran a entrevistarlos, sino que tenía que urdir enrevesadas estratagemas para convencer a mis jefes de que era importante entrevistarlos. Me peleaba para que unos directivos trajeados de TV se gastaran el dinero (cámaras, viajes, hoteles) en grabar a unos grupos que juzgaban intrascendentes. La primera conversación que tuve en mi vida con quien hoy es un peso pesado de la radio (y a quien profeso gran afecto y gratitud) fue un encontronazo acalorado sobre si un vídeo de El Inquilino Comunista debería o no programarse en televisión.

En estos días, la muerte de uno de los componentes de Silvania (nunca los conocí, pero me gustaba su música) me ha transportado a esos días de arrogante rebeldía. Similar reacción me produjo la reciente pérdida de Sergio Algora, líder de El Niño Gusano, a quien sí tuve el placer de conocer.

El tiempo avanza como una locomotora sin frenos. Y aquellos fueron buenos años. Realmente buenos.