La última ha sido una de las secretarias del trabajo. Se planta delante de mí retorciendo las manos y mirando por la ventana, como cuando viene a pedir entradas para un concierto. Repaso mentalmente la agenda de actuaciones, pero no me suena que haya fechas de Juanes, Carlos Baute o Miguel Bosé a la vista.
"¿Tú crees que podrías conseguirme dos entradas para AC/DC?", me suelta.
Ni siquiera reparo en las nulas posibilidades que tiene. "¿Pero a ti te gusta AC/DC?", pregunto asombrado. Es la antítesis de lo que uno puede entender como fan de AC/DC.
"Bueno, no me escucharía uno de sus discos, pero el directo..."
Resumiendo: no tiene la menor idea de quiénes son AC/DC. Ha oído campanas (no precisamente del infierno) y quiere formar parte de ese rebaño que ha decidido que sus conciertos en España este año son el pináculo de la historia del rock. Esa misma mañana hay tres personas de la redacción pegadas al teléfono llamando sin parar al servicio de venta teléfonica. Dos de ellos hubiera jurado que son raperos, pero mira por dónde me he equivocado de pleno.
Me pregunto cuántos fans verdaderos y cuántos oye-campanas hay entre las decenas de miles que han agotado las entradas. Lo cual, aunque incomprensible, me parece estupendo. AC/DC es un grupo fenomenal, aunque lo son aproximadamente desde 1976. Menos mal que los Led Zeppelin vivos no tienen prevista gira; de lo contrario, vaticino reyertas por una entrada.
Yo no quiero ver a AC/DC
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9/2/09