Ahora mismo debería estar sentado en una butaca del Teatre Musical de Barcelona estrenando un bonito traje negro y una estupenda corbata plateada, y presenciando in situ la gala de los Premios Ondas 2006, y sin embargo estoy en mi casa, con el pijama puesto, una copa de vino y escuchando el apacible disco de Madeleine Peyroux.
De hecho, este post tenía que haber sido distinto. Me apetecía contar desde mi punto de vista esta edición de los Ondas, premios a los que por primera vez me habían invitado (me hacía ilusión, después de 16 años trabajando en esa casa). Un post con un poco de música, glamour y un toque de petardeo. Sin embargo, la cosa se ha torcido. Y no sólo para mí, sino para un grupo bastante numeroso de invitados, entre ellos importantes artistas que iban a subir al escenario a recoger un premio, y que como yo, estarán ahora en sus casas con el pijama puesto y con la cabeza bastante descolocada.
Esta es la cronología de los hechos. No es una crítica ni un reproche ni una queja. En todo caso, es una fotografía de cómo sigue funcionando el sistema de transportes en este país. Pero no deja de ser una batallita de aeropuerto como otra cualquiera. Si lo cuento es porque, en el fondo, qué narices, ha sido divertido.
14:30h. Llego al aeropuerto de Barajas, hecho un pincel. Recojo mi tarjeta de embarque y me siento a picar algo ligero. Voy con tiempo: la hora de embarque es las 16:15. Luego tranquilamente me tomo un café.
15:45h. Me acerco a la puerta de embarque D60 y ya hay ambientillo. Acabo sentado en torno a una mesa donde están, entre otros, Miguel Ríos (premiado) y el productor Carlos Narea. Momentazo mítico porque ambos hicieron, entre otras cosas, el histórico Rock & Ríos. Fluyen las anécdotas. El legendario Miguel Ríos rememora su paseo triunfal por Estados Unidos y Canadá cuando sacó el “Himno a la alegría”. Una delicia escuchar al gran maestro evocando sus días de gloria.
16:15h. Hora de embarcar, sí, pero parece que hay demora. De momento nos mandan a otra puerta de embarque, la C46, a unos 10 minutos andando de donde estábamos. El grupo entero, todos los pasajeros del vuelo, todos invitados a la gala (todos de punta en blanco), se congrega de pie frente a la nueva puerta, pero el tiempo pasa y no hay signo de que nos llamen para embarcar. En un momento dado, anuncian que el vuelo se retrasa hasta las 18:00.
17:10h. Todavía permanecemos un rato más de pie frente a la puerta, hasta que, en un alarde de sensatez, propongo que nos sentemos en alguna cafetería a tomar algo, idea que es secundada por media docena de conocidos. Localizamos un bar y pedimos algo. Previendo que la tarde va a ser larga, me inclino por un pacharán.
17:45h. La cosa ya pasa de castaño a oscuro, y surge la incertidumbre. ¿Y si han llamado para embarcar y nosotros, aquí, no nos hemos enterado? Yo estoy tan ricamente con mi pacharán, pero me lo tengo que acabar de un trago porque algunos, presa de los nervios, quieren regresar. En ese instante llega más gente, directamente desde la puerta de embarque: allí no hay movimiento, nos informan. Pese a todo, nos dirigimos para allá y reanudamos la espera, de pie, frente a la puerta C46.
18:00h. Llevo ya tres horas y media en el aeropuerto. Lo tienen calculado, porque justo a la hora anunciada de la salida, por los altavoces informan de que por problemas “técnicos” el embarque no se efectuará hasta las 18:15 y la salida, no antes de las 18:30. Empezamos a ser conscientes de la gravedad de la situación. Vamos a una importante gala. Entre nosotros hay grandísimos artistas que acuden a recoger un premio. Y lo más inquietante: el inicio de la gala está anunciado a las 19:30. En una hora no nos da tiempo a despegar, aterrizar en Barcelona y cruzar la ciudad hasta llegar al Teatre Musical. Esto no puede estar pasando. Además, lo de los problemas “técnicos” da mala espina.
18:45h. Nos dicen que podemos subir al avión. Para entonces ya algunos, indignados, se han ido a sus casas. Hacemos cola. Para colmo, no podemos acceder directamente al aparato por un finger: hay que coger un autobús. Alguien, a punto de poner el pie en el bus, decide que se da la vuelta. Tras el paseo de rigor por las pistas, nos dejan al lado de un avión pintado con el logotipo de una compañía que no conocía pero que no olvidaré, cuyo extraño nombre acentúa la sensación de surrealismo: GirJet.
19:00h. Bien, hemos tenido que esperar cuatro horas y media pero ya estamos sentados, con el cinturón de seguridad abrochado. Además, me he cogido un buen sitio, en la salida de emergencia, y puedo estirar las piernas. El ambiente ya es de cachondeo absoluto. La tripulación nos sigue el rollo. Pero, ay, detectamos que un grupo de técnicos con chaleco verde fluorescente corre arriba y abajo por el pasillo. Ni siquiera se han cerrado las puertas todavía. Raro es.
19:20h. La persona que está sentada a mi lado dice, “Anda, mira, se ha apagado la luz de abróchense el cinturón”. No es casualidad. Cinco segundos después habla el comandante. Los inspectores técnicos no dan su visto bueno y, en esas condiciones, no podemos volar. Nos ruegan que bajemos del avión. Todo parece indicar que se ha acabado la historia, pero tampoco estamos completamente seguros.
19:30h. Después de otro tour por las pistas a bordo del mismo incómodo autobús, nos depositan en una sala de llegadas. Nadie nos dice nada. Aun así, tenemos el aguante de permanecer allí como unos 10 minutos más, esperando no se sabe qué, hasta que la gente empieza a desfilar hacia la salida. Oigo que algunos buscan otro vuelo en otra terminal. Absurdo: en todo caso llegarían para cenar después de la gala y coger otro avión de vuelta. Miguel Ríos y Carlos Narea se despiden con elegancia. Fin.
19:40h. Epílogo: me subo a un taxi, y el taxista, con cara de cenutrio, tuerce el gesto cuando comprueba que no llevo equipaje. Pero cuando le digo el destino (30 euros la carrera) se le ilumina el rostro (ese otro gremio). Llego a casa aturdido. Sin quitarme el traje llamo a gente para desahogarme. Mi querida gatita Kora quiere treparme por el hombro y casi me engancha la chaqueta que he estrenado para pasar toda una tarde en un aeropuerto. Me pongo cómodo, me sirvo una copita de vino y elijo un disco que me ayude a digerir la situación.
Despega como puedas
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24/11/06