Me divierte y aflige, a partes iguales, comprobar cómo la manera de hablar que los de mi generación creíamos moderna ha quedado demoledoramente obsoleta.
Quienes a finales de los setenta teníamos ya edad para disfrutar de un esbozo de vida social (aunque fuese con compañeros de clase en el patio del colegio), absorbimos rápidamente la jerga juvenil del momento. Se decía que era la jerga "cheli", porque aparentemente estaba inspirada en el vocabulario marginal. Cuando algo nos gustaba, decíamos que "partía con la pana". Si algo nos parecía bien, contestábamos "dabuten" o "dabuti" (según la zona). Empleábamos ya el incombustible "mola", seguido de "mogollón" si es que algo nos complacía apasionadamente. Llamábamos a nuestros semejantes "macho", y si había de por medio algún atisbo de afecto o simpatía les considerábamos nuestros "troncos". Y a una persona divertida, "cachondo mental". Quienes vagaban por las calles sin mostrar interés por estudiar o por cualquier otra cosa, eran unos "pasotas" (en muchos casos, dada la época, era antecesor de "yonquis", vocablo anglosajón que aún no había calado por estos lares).
En los años posteriores esta forma de hablar se renovó, sin duda. Enseguida incorporamos un nuevo léxico: "guay", "una pasada", "flipas" (más tarde ampliado a "lo flipas")...
No es el objeto de esta entrada caer en el menosprecio de la jerga de los chavales de hoy (aunque se hace duro intentar pronunciar en público "mola mazo"). Simplemente es una reflexión acerca de cómo lo que una vez consideramos moderno ahora es trasnochado. Es cierto que todavía se escucha "mola mogollón" y "tronco", pero a ver quién es el guapo que cuela en una conversación "parte con la pana" o "es un pasota". Es una terminología desfasada, desgastada, desprestigiada, que define una época y un lugar. Y que a mí, aunque ya no la uso, me resulta tremendamente entrañable.
Vocablos efímeros
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17/4/08