Sí, la viva imagen del madridismo. En la primera instantánea, las apariencias que (casi siempre) engañan: este caballero sube al estrado con talante moderado, traje oscuro y corbata y pañuelo a juego, color malva. El señorío, el club de los caballeros, que se decía antaño. Después, se destapa la cruda realidad: lo que el club lleva dentro. Bajo una obsoleta camisa a rayas diagonales, que estuvo de moda hace 12 años, irrumpe una camiseta antiestética, con la bandera española impresa (¿por qué la bandera española y no el escudo del club?) y un sutil estampado que, si se fijan, parece que imita el frondoso vello corporal de un macho ibérico, tipo Alfredo Landa. Y el nombre de un jugador que pasó a la historia por pisar, con su bota de tacos, la cabeza del finísimo futbolista alemán Lothar Matthaus (miren aquí, en el 00'51''). El gesto, desde luego, no es propio de un gentleman. Si hay una imagen que vale más que mil palabras, es ésta.
Pinturas de guerra
Resulta enternecedor comprobar cómo han mordido el anzuelo. Los medios, quiero decir. Siempre prestos a tropezar en la zancadilla publicitaria, cuando no a alentarla sin miramientos. "Me siento guerrero con las pinturas", dijo Albert Riera. Ay, quién riera así. "Los jugadores de la selección, con pinturas de guerra", he llegado a oír en televisión. Y una mierda: con el logo de Adidas estampado en plena jeta. Me imagino a los directivos de la firma, en su despacho alemán, brindando con riesling, carcajeándose a mandíbula batiente. Hace tiempo tuve la suerte de leer el libro Hermanos de sangre, una entretenidísima memoria de la rivalidad entre los propietarios de Adidas y Puma, hermanos para más señas. Ayer se peleaban porque un deportista vistiera sus prendas: seducían al atleta etíope para que se calzara unas zapatillas de su marca en unos JJOO regalándole cuatro pares y un chándal. Hoy han conseguido que la marca esté presente en su piel. Impresionante. Gran ovación para ellos, abucheos para los tontos que les han seguido el juego. Era noticia, pero debía constar que era, además, un spot.
¿Quiénes son los Cars?
No hace mucho oí a un joven periodista musical que decía, a propósito de la música que salía de un ordenador conectado a Spotify: "Los Cars es el típico grupo del que he oído hablar mogollón pero que nunca he escuchado". Obviamente, no es un delito no haber escuchado a los Cars. Quien más quien menos, en este oficio, tiene sus lagunas. Pero la frase vino a reafirmar lo que llevo pensando desde hace tiempo: para algunos parece que la música rock nació con el punk. Como si hubiese una sola historia del rock verdadera (ugh) que nació con los preámbulos del punk (pongamos, si quieren, con la Velvet Underground, los Stooges) y ha ido creciendo y zigzagueando dando lugar al post-punk, el indie... etc.
Dicho en otras palabras: por éste y otros comentarios, parece que para mucha gente joven (incluidos algunos críticos) grupos como los Cars, Supertramp, Alan Parsons Project, Mike Oldfield, Roxy Music o la ELO no han existido jamás. O forman parte de algo que no les interesa. Cito expresamente nombres (dispares) que han sido inmensamente populares años atrás. Porque si empezamos a hablar de King Crimson, Yes, Camel, Journey, Cheap Trick o Toto, me figuro que ni los nombres les dicen nada. También popularísimos: no son Can. En determinados ambientes no se le ocurra decir que le gustan Supertramp: el marchamo de casposo y hortera no se lo quita nadie. Curiosamente, Gram Parsons (a quien en vida lo conocían tres y a quien, por otra parte, yo venero) tiene mucha más presencia hoy que esos grupos; su nombre sale más a relucir. Es la venganza de los malditos, capitaneada también por Nick Drake y Syd Barrett. Su malditismo los hace indies.
Hay algo que no encaja. Es como si se le hubiera dado la vuelta a la tortilla, no entiendo bien por qué. Creo recordar que, cuando era adolescente, nos gustaba todo tipo de música, sin distinguir lo que era cool de lo que podría parecer hortera. En el viaje de fin de curso de 8º de EGB íbamos en el autobús, de camino a Portugal, flipando con un disco que acababa de salir de un grupo llamado Pink Floyd, The wall (en doble casete, por supuesto). Pero nos molaba por igual la banda sonora de Grease o Umberto Tozzi (¡grande!). Hoy, en cambio, una corriente de desprecio intenta sepultar grandes grupos y canciones especialmente de los setenta (aunque también de los ochenta: Ultravox, Duran Duran, Spandau Ballet...).
Evidentemente, cada uno tiene sus gustos y está en su perfecto derecho de reivindicar una música y despreciar otra. Y no es que me las quiera dar de sabelotodo: como digo, tengo mis lagunas, pero desde luego no cierro mis orejas a nada. A mí, simplemente, me da pena que haya muchos chavales (y algunos periodistas, lo más grave) que ignoran, tal vez conscientemente, una parte enorme y riquísima de la historia del rock.
2025
Si en menos de 25 años hemos pasado de la implantación del "perfecto" e "indestructible" compact disc a la anulación casi absoluta del concepto de disco como mercancia (que se vende y se compra), ¿cómo será el panorama en 2025? Juguemos.
De las tres etapas del proceso (1. composición; 2. grabación-producción; 3. venta) hacia 2006 ya nos habíamos cargado la última. En 2025 tampoco existe la segunda: ¿para qué grabar un disco, si la música es un ente etéreo, gratuito, que debe llegar a nuestros oídos sin interferencias empresariales? Llevado a otro terreno: si no se venden trajes, ¿para qué producirlos? En 2025 los artistas ya no graban discos. Un nuevo programa te permite recibir en tu habitación un holograma de David Bisbal, con volteretas y todo, que te canta al oído su nueva bulería. Los estudios de grabación, claro está, han cerrado. La música no se registra. Alan Lomax, que se dejó el lomax grabando a esclavos en las plantaciones de algodón de principios del siglo XX, era un iluso: ¿a quién se le ocurre grabar música?
En 2025 los artistas componen canciones y las interpretan en conciertos. Entre medias las cuelgan en Internet, y cuanto mayor es su éxito en la red, más conciertos realizan. Las versiones que cuelgan en Internet son cutres, grabadas sin micrófonos en dormitorios oscuros: ¿qué más da la calidad, si ya en 2008 la gente escuchaba música en ordenadores (!) que previamente había sido grabada en modestos estudios caseros de 300 euros? Ya no ha diferencia, claro está, entre el artista profesional y el aspirante que toca tres acordes sentado en su cama. De hecho, en Internet quien triunfa es el gracioso, el Chikilicuatre de turno que utiliza la plataforma para tener una fama de cuatro semanas. O el próximo Koala o la cancioncilla del cuponazo de la ONCE.
Ya no hay listas de ventas, obviamente. Ni de soportes físicos ni de descargas. Pero la música no ha muerto, ni mucho menos. Uno está expuesto a la música de una manera casi más intensa que en décadas anteriores: la publicidad machaca música, los móviles escupen música, los videojuegos utilizan la música... Pero la cuestión es que hay tanta música que es inabarcable, y que hemos pasado de la aldea global, de poder escuchar sin intermediarios, por ejemplo, a un magnífico y desconocido cantautor de Alaska en su MySpace, a no poder escucharlo porque una maraña de politonos, guitarheroes, aficionadillos, youtubazos... de BASURA, nos cierra el paso.
No es impredecible
Es un mantra repetido por quienes no conocen las entrañas de este equipo: el Atleti es impredecible. No hay mayor falsedad: el Atleti es totalmente predecible. Se puede demostrar: si en el equipo rival hay, por ejemplo, un jugador con una larga racha de sequía goleadora, ahí estamos nosotros para romperla. Nos meterá un soberbio golazo. Es previsible: se supone que pasará e inexorablemente sucede. Si tenemos que enfrentarnos a un líder que ve cómo su distancia con el segundo clasificado mengua jornada tras jornada, y (sobre todo) el perseguidor es el Madrid, ahí aparece el Atlético de Madrid quijotesco y ridículo para apelar a la casta a la que nunca apela, poner la zancadilla al líder y empezar a organizar el paseíllo al eterno rival. Lo mismo: los atléticos sabemos que pasará, y que al lunes siguiente los seguidores merengues, encima, tendrán choteo a nuestra costa por tan magno e innecesario favor.