Siempre he preferido un buen café después de comer, pero recientemente he descubierto el complejo mundo del té.
Fue a raíz del cumpleaños de mi amigo Luis Enrique. Como es un apasionado de las infusiones, entré en una tienda especializada de la calle Fuencarral con la idea de comprarle una cesta con varios tipos de té (bueno, la idea fue de Cristina, como casi todas las ideas). Fue allí donde tuve la experiencia iniciática: a la vista de mi indecisión, el vendedor no dejaba de abrir latas de diferentes clases de té, cada una de ellas con un aroma más sugerente e intenso que la anterior. Embriagado por los efluvios, tuve la agilidad mental de encargar, para mi uso, un sobrecito de 100 gramos de té Pakistaní. Y una bolita de esas que se llenan de té y luego se introducen en el agua.
A Luis Enrique le gustó el regalo, y soltó una frase que terminó de convencerme: "El mundo del té se parece mucho al mundo del vino."
Luego recordé que la última noche en Indonesia en el hotel nos dejaron una bandejita con un termo de un té buenísimo. En la bandeja había una tarjeta que explicaba qué clase de té era, pero yo, por supuesto, la olvidé allí y no recuerdo el nombre. (En mi descargo hay que decir que no sabía que estaba a punto de sufrir esta conversión.)
Desde entonces, después de una buena comida o cena me tomo una tacita de té Pakistaní, que tiene un bonito color negro y huele un poco a canela y chocolate. Además de estar rico, noto que es muy digestivo.
A ver si este fin de semana me acerco a por más. Quizá debería probar otras variedades, aunque ésta me ha gustado mucho. Y no soy amigo de cambios radicales en mis costumbres.
¿Café o té?
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16/10/06