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Temporalmente fuera de servicio
Adiós, Antonio
A pesar de que la muerte de Antonio Vega me transporta a la irremisiblemente cercana pérdida de Enrique Urquijo (con el desasosiego que ello me produce, por razones ajenas al músico en cuestión), no puedo evitar formular un comentario quizá no compartido por muchos: Antonio Vega es, por desgracia, el mayor ejemplo del talento desperdiciado. Esas letras mágicas, esa voz cautivadora, esas melodías subyugantes (incluso esos intensos solos de guitarra) se acabaron hace mucho tiempo, demasiado tiempo. Desde sus maravillosas canciones en solitario de principios de los noventa (¡principios de los noventa!), Antonio naufragaba entre versiones de versiones, colaboraciones inauditas (¡Conchita!), discos tibios y actuaciones en salones de actos de ayuntamientos. Un talento perdido que ni siquiera el publicitado reencuentro con Nacha Pop pudo restaurar. Inmenso, colosal Antonio. A dónde irán las canciones que nunca nos diste...
La Liga de... (Coda)
Una reflexión. Analizando cómo es posible que alguien tire un penalty de manera tan desastrosa, sólo se me ocurren dos hipótesis (con el mismo origen):
1) El lanzador del penalty fue el jugador pateado e insultado en la jugada previa. Ha declarado que no podía ni levantarse después. Nadie lo ha dicho, pero acaso ¿se quedó agilipollado después de la recibir la paliza? ¿Tiro la falta máxima en una especie de estado de shock?
2) Partiendo de la misma premisa traumática, ¿intentó, tal vez, devolver la humillación a la grada? Armado de furia y sed de venganza, fuera de sí, ¿quiso meter un gol histórico?
En ambos casos, la agresión de ese energúmeno fue lo que evitó la derrota del Madrid.
La Liga de las ¿estrellas?
Sinceramente, deseo con todas mis fuerzas que esta Liga la gane el Real Madrid, esta Liga que algunos denominan "de las estrellas", integrada por un equipo de fábula, otro bueno a secas y otros 18 que se las verían y desearían en la segunda división búlgara. Esta Liga no merece ganarla el Barça: su fúbol preciosista merecería ganar, eso sí, la liga interplanetaria. Pero ¿la Liga española? La Liga de la ramplonería, la cutrez y el pillaje ha de ganarla quien lleve estos atributos a su máxima expresión. Que gane el mejor. Y, en lo que a estos términos se refiere, el mejor, el más brillante, es el Madrid. Sería bellísimo que ganara el campeonato, el triunfo de la mediocridad, una oda a la vulgaridad. ¿Qué más queremos? El partido Real Madrid-Getafe, tildado de épico, no es épico para los madridistas sino para los antimadridistas. Todos los ingredientes: la clásica patada en la cabeza, la ayudita arbitral, el rival que regala el partido en bandeja de plata, el gol en el último suspiro y la moraleja triunfal para la prensa deportiva ("¡Heroico!"). Gozada absoluta: el Madrid interpretando al mejor Madrid. Es como ver descongelado a Walt Disney y que se ponga a dibujar a Mickey Mouse delante de tus narices. Un clásico. El Barça está en "otra" Liga; ésta la ganará el Madrid.
Eminem
No concibo cómo a alguien de aquí le puede gustar el rap. ¿Cómo degustar un género que se basa en las letras cuando uno no entiende ni papa? (Me temo que ni los americanos las entienden...) Otra cosa es la estética, la iconografía, el estilo de vida, los coches que dan botes, los dientes de oro y las tías culonas: entiendo que eso pueda seducir a un sector juvenil, pero ¿el rap? Y dentro de ese sinsentido está Eminem: aun admitiendo que el rap sea música, Eminem es un clown, un humorista que como no sabe cantar ha encontrado en el rap su panacea. Me horrorizan sus vídeos en los que parodia a otros artistas... es como ver Muchachada Nui, pero en malo. Sí, tuvo una canción buena, pero era de Dido...
El otro Patxi
Tremenda (y agradable) sorpresa al escuchar uno de los discos de fado que compré en Oporto. El disco lo firma Ana Moura, joven (30 años) aunque sobradamente reconocida intérprete portuguesa: en 2007 los Stones la subieron a cantar durante un concierto en Lisboa. El corte 13 de su disco Para além da saudade (2007) se titula 'Vaga, no azul amplo solta' y es nada menos que un dueto con... ¡Patxi Andión! Sí, Patxi Andión, el cantautor y actor madrileño del que no se tienen noticias prácticamente desde... ¿principios de los ochenta? Pues en 2007 se marcó un soberbio fado a dúo con la atractiva Ana Moura sobre un poema de Fernando Pessoa.
Mari Trini: in memoriam
Me pongo en Spotify los grandes éxitos de Mari Trini, como homenaje tras enterarme de su fallecimiento. Mari Trini... otro nombre más extirpado de la historia musical de este país. Desde hace siglos nadie hablaba de ella, como tampoco de otros muchos nombres del pop (o rock, o folk) español de los años sesenta y setenta. Hace un par de meses le presté el disco de Solera a un joven periodista. No sabía quienes eran. "Conocerás a Cánovas, Rodrigo, Adolfo & Guzmán...", repliqué. Me respondió: "¿Cánovas qué?". Por favor: en los sesenta y setenta había muy buenos músicos en España, un país donde comprar una guitarra eléctrica era una odisea. Curiosamente, hemos memorizado todos los nombres a partir de 1980, incluso en casos de grupos que sólo grabaron un single (o ni eso). Lo anterior, como digo, extirpado. Eso sí, los Stooges salen a relucir en cualquier conversación. Madre mía. No quiero ahora hacer un panegírico de Mari Trini, cantante y compositora, transgresora (sí) en más de un sentido, que podría hacerlo. Sólo resaltar ese desprecio que se hace conscientemente de nuestra memoria musical. Contentos de ser analfabetos.
Volumen brutal
Desdiciéndome, como es habitual, finalmente fui a ver a AC/DC en el Palacio de los Deportes. Las bondades del concierto ya las habrán leído en otros sitios. A mí me apetece destacar lo negativo. Me parece una vergüenza el volumen al que suena la guitarra de Angus Young. Absurdamente alto. Es una chicharra constante, molesta, indescifrable. Me indigna tener que estar aún (a la mañana siguiente) sufriendo sus consecuencias. Cuando se calla (que es casi nunca), el resto de la banda suena potente, muy alta también, pero en su justa medida. Pero, claro, AC/DC es Angus Young: una guitarra atronadora acompañada por otros instrumentos y una voz. Lo sepulta todo. Está bien la máxima heavy del "volumen brutal", pero aplicarla literalmente me parece incluso de escasa profesionalidad. Aunque al público le da igual: están de espaldas al concierto haciéndose fotitos.
Malú rocks!
Ya sé que los blogs están para hacerse el guay y proclamar lo buenos que son los Russian Transistor Yellow Puppets de turno (grupo que me acabo de inventar, por cierto, pero suena tan molón como los que salen en las críticas del EP3). Así que el titular de esta entrada parecerá bastante anti cool. Me importa una mierda. Me gusta mucho el último disco de Malú, Vive. El porqué podría resumirse en una sola frase: Malú hace rock.
Bueno, no es rock cien por cien rock, pero el vozarrón de esta dama discurre empujado por guitarras realmente contundentes. Me parece un ejercicio de producción soberbio: coger la voz espectacular de Malú, unas canciones en su línea de siempre (melódicas), y envolverlo todo con guitarras de rock. Y lo bueno es que funciona. Malú suena potente y sin complejos, como si quisiera gritar a los cuatro vientos que se puede hacer música con raíz española y, a la vez, ser cañera. Lo refuerza el vídeo del primer single, 'A esto le llamas amor', un partido entre dos equipos de hockey sobre hielo que termina a tortazo limpio. Y las fotos del disco, en plan pin-up (ya podía tomar nota alguna, que propone vestirse de pin-up en las fotos y luego no quiere enseñar ¡las piernas!).
Recuerdo cuando el empresario Pepe Barroso la presentó en uno de los locales más pijos de Madrid, Gabana, en la calle Velázquez. Era una cría, y aparecía con la etiqueta de "apadrinada por" Alejandro Sanz (quien no acudió a aquella presentación), ya que le había escrito el tema 'Aprendiz'. Si no recuerdo mal, debió de ser hacia 1997 o 98. Me alegra que, después de tantos años y de una carrera con altibajos (ha hecho hasta música dance) esta chica siga dando argumentos para ser apreciada.
El Real Madrid es esto
Sí, la viva imagen del madridismo. En la primera instantánea, las apariencias que (casi siempre) engañan: este caballero sube al estrado con talante moderado, traje oscuro y corbata y pañuelo a juego, color malva. El señorío, el club de los caballeros, que se decía antaño. Después, se destapa la cruda realidad: lo que el club lleva dentro. Bajo una obsoleta camisa a rayas diagonales, que estuvo de moda hace 12 años, irrumpe una camiseta antiestética, con la bandera española impresa (¿por qué la bandera española y no el escudo del club?) y un sutil estampado que, si se fijan, parece que imita el frondoso vello corporal de un macho ibérico, tipo Alfredo Landa. Y el nombre de un jugador que pasó a la historia por pisar, con su bota de tacos, la cabeza del finísimo futbolista alemán Lothar Matthaus (miren aquí, en el 00'51''). El gesto, desde luego, no es propio de un gentleman. Si hay una imagen que vale más que mil palabras, es ésta.
Pinturas de guerra
Resulta enternecedor comprobar cómo han mordido el anzuelo. Los medios, quiero decir. Siempre prestos a tropezar en la zancadilla publicitaria, cuando no a alentarla sin miramientos. "Me siento guerrero con las pinturas", dijo Albert Riera. Ay, quién riera así. "Los jugadores de la selección, con pinturas de guerra", he llegado a oír en televisión. Y una mierda: con el logo de Adidas estampado en plena jeta. Me imagino a los directivos de la firma, en su despacho alemán, brindando con riesling, carcajeándose a mandíbula batiente. Hace tiempo tuve la suerte de leer el libro Hermanos de sangre, una entretenidísima memoria de la rivalidad entre los propietarios de Adidas y Puma, hermanos para más señas. Ayer se peleaban porque un deportista vistiera sus prendas: seducían al atleta etíope para que se calzara unas zapatillas de su marca en unos JJOO regalándole cuatro pares y un chándal. Hoy han conseguido que la marca esté presente en su piel. Impresionante. Gran ovación para ellos, abucheos para los tontos que les han seguido el juego. Era noticia, pero debía constar que era, además, un spot.
¿Quiénes son los Cars?
No hace mucho oí a un joven periodista musical que decía, a propósito de la música que salía de un ordenador conectado a Spotify: "Los Cars es el típico grupo del que he oído hablar mogollón pero que nunca he escuchado". Obviamente, no es un delito no haber escuchado a los Cars. Quien más quien menos, en este oficio, tiene sus lagunas. Pero la frase vino a reafirmar lo que llevo pensando desde hace tiempo: para algunos parece que la música rock nació con el punk. Como si hubiese una sola historia del rock verdadera (ugh) que nació con los preámbulos del punk (pongamos, si quieren, con la Velvet Underground, los Stooges) y ha ido creciendo y zigzagueando dando lugar al post-punk, el indie... etc.
Dicho en otras palabras: por éste y otros comentarios, parece que para mucha gente joven (incluidos algunos críticos) grupos como los Cars, Supertramp, Alan Parsons Project, Mike Oldfield, Roxy Music o la ELO no han existido jamás. O forman parte de algo que no les interesa. Cito expresamente nombres (dispares) que han sido inmensamente populares años atrás. Porque si empezamos a hablar de King Crimson, Yes, Camel, Journey, Cheap Trick o Toto, me figuro que ni los nombres les dicen nada. También popularísimos: no son Can. En determinados ambientes no se le ocurra decir que le gustan Supertramp: el marchamo de casposo y hortera no se lo quita nadie. Curiosamente, Gram Parsons (a quien en vida lo conocían tres y a quien, por otra parte, yo venero) tiene mucha más presencia hoy que esos grupos; su nombre sale más a relucir. Es la venganza de los malditos, capitaneada también por Nick Drake y Syd Barrett. Su malditismo los hace indies.
Hay algo que no encaja. Es como si se le hubiera dado la vuelta a la tortilla, no entiendo bien por qué. Creo recordar que, cuando era adolescente, nos gustaba todo tipo de música, sin distinguir lo que era cool de lo que podría parecer hortera. En el viaje de fin de curso de 8º de EGB íbamos en el autobús, de camino a Portugal, flipando con un disco que acababa de salir de un grupo llamado Pink Floyd, The wall (en doble casete, por supuesto). Pero nos molaba por igual la banda sonora de Grease o Umberto Tozzi (¡grande!). Hoy, en cambio, una corriente de desprecio intenta sepultar grandes grupos y canciones especialmente de los setenta (aunque también de los ochenta: Ultravox, Duran Duran, Spandau Ballet...).
Evidentemente, cada uno tiene sus gustos y está en su perfecto derecho de reivindicar una música y despreciar otra. Y no es que me las quiera dar de sabelotodo: como digo, tengo mis lagunas, pero desde luego no cierro mis orejas a nada. A mí, simplemente, me da pena que haya muchos chavales (y algunos periodistas, lo más grave) que ignoran, tal vez conscientemente, una parte enorme y riquísima de la historia del rock.
2025
Si en menos de 25 años hemos pasado de la implantación del "perfecto" e "indestructible" compact disc a la anulación casi absoluta del concepto de disco como mercancia (que se vende y se compra), ¿cómo será el panorama en 2025? Juguemos.
De las tres etapas del proceso (1. composición; 2. grabación-producción; 3. venta) hacia 2006 ya nos habíamos cargado la última. En 2025 tampoco existe la segunda: ¿para qué grabar un disco, si la música es un ente etéreo, gratuito, que debe llegar a nuestros oídos sin interferencias empresariales? Llevado a otro terreno: si no se venden trajes, ¿para qué producirlos? En 2025 los artistas ya no graban discos. Un nuevo programa te permite recibir en tu habitación un holograma de David Bisbal, con volteretas y todo, que te canta al oído su nueva bulería. Los estudios de grabación, claro está, han cerrado. La música no se registra. Alan Lomax, que se dejó el lomax grabando a esclavos en las plantaciones de algodón de principios del siglo XX, era un iluso: ¿a quién se le ocurre grabar música?
En 2025 los artistas componen canciones y las interpretan en conciertos. Entre medias las cuelgan en Internet, y cuanto mayor es su éxito en la red, más conciertos realizan. Las versiones que cuelgan en Internet son cutres, grabadas sin micrófonos en dormitorios oscuros: ¿qué más da la calidad, si ya en 2008 la gente escuchaba música en ordenadores (!) que previamente había sido grabada en modestos estudios caseros de 300 euros? Ya no ha diferencia, claro está, entre el artista profesional y el aspirante que toca tres acordes sentado en su cama. De hecho, en Internet quien triunfa es el gracioso, el Chikilicuatre de turno que utiliza la plataforma para tener una fama de cuatro semanas. O el próximo Koala o la cancioncilla del cuponazo de la ONCE.
Ya no hay listas de ventas, obviamente. Ni de soportes físicos ni de descargas. Pero la música no ha muerto, ni mucho menos. Uno está expuesto a la música de una manera casi más intensa que en décadas anteriores: la publicidad machaca música, los móviles escupen música, los videojuegos utilizan la música... Pero la cuestión es que hay tanta música que es inabarcable, y que hemos pasado de la aldea global, de poder escuchar sin intermediarios, por ejemplo, a un magnífico y desconocido cantautor de Alaska en su MySpace, a no poder escucharlo porque una maraña de politonos, guitarheroes, aficionadillos, youtubazos... de BASURA, nos cierra el paso.
No es impredecible
Es un mantra repetido por quienes no conocen las entrañas de este equipo: el Atleti es impredecible. No hay mayor falsedad: el Atleti es totalmente predecible. Se puede demostrar: si en el equipo rival hay, por ejemplo, un jugador con una larga racha de sequía goleadora, ahí estamos nosotros para romperla. Nos meterá un soberbio golazo. Es previsible: se supone que pasará e inexorablemente sucede. Si tenemos que enfrentarnos a un líder que ve cómo su distancia con el segundo clasificado mengua jornada tras jornada, y (sobre todo) el perseguidor es el Madrid, ahí aparece el Atlético de Madrid quijotesco y ridículo para apelar a la casta a la que nunca apela, poner la zancadilla al líder y empezar a organizar el paseíllo al eterno rival. Lo mismo: los atléticos sabemos que pasará, y que al lunes siguiente los seguidores merengues, encima, tendrán choteo a nuestra costa por tan magno e innecesario favor.
¿Apoyo al cine español?
En estos días se nos reclama que apostemos por los productos españoles. "Compre usted productos españoles...". La frase no acaba ahí, lo que pasa es que la cortan a la mitad: "... antes que productos extranjeros", termina. Madre mía, qué mal suena eso: parece que nos piden que discriminemos lo que no es español. Es muy fuerte. En el cine nos lo llevan pidiendo décadas: apoyo al cine español. Si hay una palabra amarrada a "cine español" es "apoyo". Sin embargo, llegado el momento, los artífices del cine español no predican con el ejemplo. ¿Por qué no apoyan ellos, por ejemplo, la moda española, que tan magníficos representantes tiene? Penélope recoge el Oscar con un vestido de Pierre Balmain.
La peor vuelta al mundo
He hablado tan bien del reality El gran reto (The Amazing Race, Sony TV) que me veo en la obligación de aclarar por qué su adaptación española ha fracasado con tal estrépito (dos semanas de emisión, 7% de share y adiós). Podría resumirlo con una sola pregunta: ¿por qué un programa tan bien hecho se puede adaptar de un modo tan nefasto? Si Antena 3 ha fracasado en el intento ha sido, sencillamente, porque:
1. Ni al que asó la manteca se le ocurre montar un concurso alrededor del mundo y basar el 80% de la emisión en un aburridísimo debate en plató.
2. ¿Por qué hacerlo en directo? El gran reto funciona porque es un frenético videoclip de 60 minutos, en el que ningún plano dura más de 3 segundos (sí, como suena). Hacerlo en directo supone caer en un tedio de conexiones y ritmo lento, por no hablar de que no siempre "pinchas" lo mejor.
3. Las pruebas: ¿para qué narices irse a Venecia a hacer una prueba que puedes hacer en Aluche? En El gran reto, cada prueba está fuertemente ligada al escenario: en Senegal han de sacar kilos de sal del Lago Rosa; en Suecia, construir un mueble en la sede central de Ikea; en Etiopía, construir una cabaña de paja.
4. En El gran reto, una misma etapa comienza en Suecia y termina en Senegal. Sin paradas o "metas volantes". Quien llega primero, gana. El último, queda eliminado. Tan simple como efectivo. Aquí se iban a Venecia y disputaban un sinfín de diferentes pruebas. Total, ¿pa' qué? "La audiencia ha decidido que debe abandonar el concurso..." (el propio concurso.)
5. Antena 3 tiene la rara habilidad de dotar de una fina capa de caspa a todo lo que hace. El locutor de continuidad es superior a mis fuerzas: todo lo presenta con voz profunda y engolada, como si estuviera haciendo un trailer de la nueva película de Bruce Willis. Normal que todo fracase: es insufrible.
Moraleja: si hay un producto muy bien hecho que funciona (El gran reto ya va por la decimotercera edición en EEUU), ¿por qué no limitarse a copiarlo? (en vez de cagarla).
¡A por Vetusta Morla!
He oído un montón de cosas negativas sobre Vetusta Morla. Que si copian descaradamente a Radiohead. Que si se ponen tontos en los festivales con sus peticiones a lo rock star. Que si ya cansan. Lo primero lo acepto, pero que alguien me diga un solo grupo español que no intente emular a su icono extranjero particular (cuando no a Peret). Y puestos a copiar, olé si es a Radiohead. Lo segundo lo ignoro, pero me extraña. Y sobre que ya cansan... pues pronto nos cansamos, la verdad, de un grupo que ha publicado hace un año su primer disco.
No es normal que a un grupo nuevo le lluevan tantas leches. Más aún cuando es un buen grupo, con un buen disco de debut y buenas ideas (y mejores intenciones). Su famoso videoclip de 'Otro día en el mundo' es para quitarse el sombrero: me pregunto cuántos grupos que no copian a Radiohead son capaces simplemente de concebir semejante idea. ¿Qué debe hacer un grupo nuevo para que le perdonemos las collejas?
Me pregunto el porqué de esa animadversión. Y sólo puede deberse a alguna de las siguientes consideraciones:
1. Han desmontado la épica indie: con su disco autofinanciado son más indies que nadie y ni siquiera van de indies.
2. Son de Tres Cantos (Madrid) lugar con connotaciones de ciudad dormitorio con ínfulas burguesas, y no de un pueblo de Granada, Oviedo o Albacete, origen más acorde con la ética underground: como si salir allí fuese un obstáculo añadido, más indie. (Realmente Tres Cantos puede producir fobia, doy fe.)
3. Gozan de una gran repercusión. Los he visto en diarios de información general y en el informativo de Antena 3. En otras palabras, se les han escapado de las manos a los popes del indie y por eso merecen un escarmiento. No pueden presentarlo como su gran descubrimiento: los conoce todo el mundo. Para una vez que se habla de un grupo por su talento y funciona el boca a boca... tampoco nos parece bien.
4. El disco, de tan bueno, es irritante.
En cualquier caso, espero que ellos sean tan inteligentes como para atenerse a aquello de "que hablen de uno, aunque sea mal". Si algo les faltaba para ser perfectos era ser polémicos: ¡y ya lo son!
Yo no quiero ver a AC/DC
La última ha sido una de las secretarias del trabajo. Se planta delante de mí retorciendo las manos y mirando por la ventana, como cuando viene a pedir entradas para un concierto. Repaso mentalmente la agenda de actuaciones, pero no me suena que haya fechas de Juanes, Carlos Baute o Miguel Bosé a la vista.
"¿Tú crees que podrías conseguirme dos entradas para AC/DC?", me suelta.
Ni siquiera reparo en las nulas posibilidades que tiene. "¿Pero a ti te gusta AC/DC?", pregunto asombrado. Es la antítesis de lo que uno puede entender como fan de AC/DC.
"Bueno, no me escucharía uno de sus discos, pero el directo..."
Resumiendo: no tiene la menor idea de quiénes son AC/DC. Ha oído campanas (no precisamente del infierno) y quiere formar parte de ese rebaño que ha decidido que sus conciertos en España este año son el pináculo de la historia del rock. Esa misma mañana hay tres personas de la redacción pegadas al teléfono llamando sin parar al servicio de venta teléfonica. Dos de ellos hubiera jurado que son raperos, pero mira por dónde me he equivocado de pleno.
Me pregunto cuántos fans verdaderos y cuántos oye-campanas hay entre las decenas de miles que han agotado las entradas. Lo cual, aunque incomprensible, me parece estupendo. AC/DC es un grupo fenomenal, aunque lo son aproximadamente desde 1976. Menos mal que los Led Zeppelin vivos no tienen prevista gira; de lo contrario, vaticino reyertas por una entrada.
Disqueras, disqueros
Se ha puesto de moda el término "disqueras" para referirse a las compañías discográficas. Lo mismo que "disqueros" para hablar de las personas que trabajan en dichas compañías. Creo que la moda la ha impuesto un crítico veterano y enquistado que no para de escribirla. Y el resto dice amén. No niego que en mis veinte años en este tinglado la haya escuchado antes de manera aislada, pero no con la reiteración de los últimos meses (¿un par de años?), suficiente como para llegar a la conclusión de que es un término de moda.
El "palabro" viene de algún país latino. En México, por ejemplo, en vez de "conducir" dicen "manejar", y en lugar de "beber" pronuncian "tomar". Es gracioso cuando ves algún cartel de la campaña "si tomas no manejes". Entras en un restaurante, te preguntan qué quieres tomar, les dices que un burrito y te miran extrañados (¿un burrito para "tomar"?). Luego te acostumbras: cuando entras en un bar, pides algo de tomar. Cuando vuelves, pides algo de beber. No cuesta tanto. En la diversidad está la riqueza, ¿no? Puede que algún día aquí también evitemos "tomar" en las cenas no vaya a ser que tengamos algún problema al "manejar". De momento, las compañías discográficas ya han pasado a ser "disqueras". Desconozco si su libro de estilo lo admite, pero aparece escrito en sus páginas día sí, día no. Es oficial.
Curiosamente, en los setenta y ochenta, en España las empresas que se dedicaban a grabar, producir y distribuir material fonográfico eran conocidas como "casas de discos". Había "casas de putas" y "casas de discos". Sonaba entrañable: era el "hogar" de los artistas. En realidad era una patochada tremenda (y una incongruencia: eran más un prostíbulo que un hogar para los afligidos músicos), y por suerte desde finales de los ochenta cobró fuerza la denominación correcta: "compañías discográficas". Sin ambages, metáforas o medias tintas.
En cambio, "disqueras", además de fonéticamente irritante (me suena a "moteros", "foteros": ese argot chulesco y macarra para referirse a motoristas y fotógrafos) es un término bastante impreciso: ¿son disqueras las compañías discográficas, las tiendas de discos... o acaso las dependientas de estas tiendas? ¿Es disquero el ejecutivo de la discográfica o el dueño de una de las pocas tiendas que quedan? ¿O lo es, por qué no, el apasionado de los discos (puesto que de manera equivalente define la RAE a "motero"? Que yo sepa, Kawasaki no es una "motera", ni Nikon una "fotera". Pero quieren hacernos comulgar con que Universal es una "disquera".
La RAE recoge "disquera", en efecto, pero como vocablo utilizado en Cuba y Venezuela. En cambio, para "compañía" ("sociedad o junta de varias personas unidas para un mismo fin, frecuentemente mercantil") y "discográfica" ("perteneciente o relativo al disco o a la discografía") no antepone límites geográficos. Ya metidos en harina (musical), de hecho, hablar de "compañía" o "discográfica" por separado cobra pleno significado: es perfectamente divisible. A ver, no me opongo a "disquera" porque sea un término usado en Venezuela, sino porque es defectuoso y feo y no debe arrinconar a la denominación correcta.
Me pregunto el porqué de esta perversión. Quizá no es más que un giro "cool", molón, como cuando Bunbury hablaba con acento mexicano entre canción y canción. Decididamente, rompo una lanza por "compañía discográfica": complejo, divisible, con sólo tres vocales a pesar de su longitud, una esdrújula que suena de miedo, y, sobre todo, preciso.
Pop francés
El pop francés es mejor que el español. En realidad, casi todo lo francés es mejor que lo español. Los franceses visten mejor y beben mejor vino. Sus quesos son mejores. Su champán y su postre de yema tostada están tan ricos que fueron copiados por los catalanes (que rebautizaron como cava y crema "catalana", ahí queda eso); son meras réplicas, como esas camisetas de futbolistas que se venden pero no son oficiales. Los franceses son más educados; estirados, pero educados. Más civilizados, diría. Nosotros nos creemos más listos, elegantes, guapos y cultos, pero sin embargo la expresión "chauvinistas" se la aplicamos a ellos y no a nosotros.
El pop francés, decía, es bastante mejor que el español. No me detengo ahora en la "chanson", en su potente escena hip hop o en sus excelentes grupos indies. El pop comercial, el que suena en la radio, el que acapara las listas, es tremendamente superior a lo que se hace aquí. Aquí tenemos a Nena Daconte y allí tienen a veinte grupos como Nena Daconte, todos triunfando (aunque es un mal ejemplo porque allí son muy de solistas).
En mi última visita a París me acerqué al Boulevard St. Michel, donde conozco un par de tiendas de discos de ocasión. Compré creo que unos 15 cds. Algunos los iba buscando (los nuevos de Camille y Raphael, así como sus directos, para completar su discografía) y otros simplemente los compré siguiendo el infalible instinto del comprador de discos. O lo que es lo mismo: por la portada. Comprar discos por la portada no es nada deshonroso: se supone que una buena portada debe reflejar la música que guarda dentro. Y funcionó: Rose, que en la foto parecía una bucólica cantautora country-folk, es de hecho una bucólica cantautora country-folk (con muy buenas canciones, además). Y Superbus, que parecían en la carátula un grupo desmadrado y superficial entre No Doubt y Aqua, eso es exactamente lo que son. Lo mismo sucedió con Adrienne Pauly, que desde su portada prometía maneras más rockeras (como efectivamente resultó).
Durante un desayuno, en un concurrido local repleto de viejos que pasaban de su café au lait a la cerveza (una tras otra) con pasmosa rapidez, sonaba de fondo un fantástico disco, muy francés, acústico y arrabalero. El amable chico de la barra, haciendo un encomiable esfuerzo por pronunciar algunas palabras en español, me indicó que se trataba de Chamboultou, del veterano grupo Les Tètes Raides (1998). En cuanto pude me escapé a la FNAC de Les Halles a pillarlo (7 euritos).
Pero el disco que más me sorprendió fue el de Monsieur Clément, un cantautor pop con pinta de trabajar cocinando omelettes en un bar de mala muerte, pero con un soberbio primer disco titulado con su nombre (publicado en 2005). No es más que música pop, pero con unas melodías extraordinarias, una voz afeminada muy especial (y unas letras que no tengo ni la más remota idea de lo que hablan). Tras el hallazgo, me he apresurado a comprar en Amazon su segundo disco, último hasta ahora, que salió en octubre de 2007, que espero recibir pronto. Todo un descubrimiento.